#LH: Costa Rica
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monvria · 3 months ago
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Juancho es el nombre del perro que desde hace lustro y medio es el fiel acompañante de Fernando, can criollo de orejas cortas pero pelo largo. Le ayuda principalmente en su obra: cazar la quinta bestia del semestre. Ladra estruendosa y miedo no le tiene ni a los jaguares, por eso el amor del hombre con su perro; está a la par con su amor al caballo que tiene desde hace diez años. No necesita a nadie más.
Fernando es del Valle Central, de buena familia incluso, pero la carrera de abogacía no lo enamoró y el de médico le pareció un suplicio. ¿Qué terminó haciendo? De explorador para trochas y caza de animales. Ama mucho la naturaleza, tanto que su forma de darle pleitesía es aniquilando a las bestias. En el sur es un foráneo, raro porque se supone que sigue en país suyo, pero acá hay gente distinta que no se llama con la nacionalidad de él y que vienen del este, para Fernando, sur, y aquí le tratan como cualquiera pero dejándole en claro que extranjero es. Cómo se enteraron que es cazador, nadie sabe, pero le han contratado porque una bestia está practicando la antropofagia. Ha escuchado de los devoradores de hombres, su padre le contó historias así, y ahora se le puede hacer realidad uno de sus sueños, atrapar algunos de esos animales; darle caza y evitar más desgracias.
Si tiene todo no necesita nada ni nadie más, es obvio, y por eso el cabreo. El hombre se presentó como Rodrigo, no tiene apellido, y que es como los otros de acá. «Ni soy su compatriota ni su paisano, pero un gusto don Fernando». Parece como él pero no, no es así, porque se dice huaquero y que los animales poco le interesan, solo les da caza para comer como cualquiera, y no entiende la caza deportiva, de aquellos que, dice él, practicaron monarcas y ahora barraganos.
Comenzaron con mal pie. Fernando no quiere compañeros y no los necesita, de hecho Rodrigo no es colega suyo, solo se lo halló buscando al devorador de hombres, pero ahora lo tiene pegado como garrapata. Dice que le sigue porque sabe por los indios de acá que está cerca de tumbas antiguas. Le sigue por conveniencia y Fernando es tan hidalgo que no ha querido darle dos tiros al suelo para largarlo.
Por las noches se desaparece el patán. Fernando suspira pensando que por fin se lo quitó, para cuando es mañana decepcionarse porque lo halla sirviéndose ñajú de a saber dónde. Le concede que es lo suficientemente educado como para compartirle el brebaje, y lo suficientemente perspicaz como para darle sal. Se pregunta cómo ha llegado a aquella conclusión: que para bebidas así una pizca de sal lo hace feliz.
En las comida a veces está y otras no, por lo que lo tiene loco Fernando. Loco porque no sabe cuánta porción hacer. Si es poco el otro vendrá y comerá del suyo, y si es mucho se echará a perder. Lo odia entonces. Por eso una noche, cuando sabía que merodeaba por ahí, le dijo «aborto de Hefesto, nos matarás de hambre».
Juancho muy leal le gruñe al desgraciado cada que aparece; se le eriza los pelos y parece loco el perro. Fernando debe zapatear tres veces el suelo para que el can se calle, que no así no esté alerta. Juancho lo odia e incluso llora por eso por las noches cuando Rodrigo no está. Fernando cree que de felicidad. El otro hombre no le presta atención a Juancho, no desde que una vez le devolvió la ladrada y el perro casi se le echa encima. Fernando le dijo bien hecho; te lo mereces, Rodrigo. Éste solo alza los hombros y los baja, restándole importancia.
A Juancho Fernando lo debe de llorar tres noches cuando pierde la esperanza de encontrar al can. Tres noches, cuatro días desde que no ha avistado a su amigo. «¿Me lo has matado?», «Como he dicho, Fernando, no le veo la gracia de matar sino para comer, y carne de perro sabe muy mala». Fernando no le presta atención a esa última frase.
Cuando llega al pueblo de los borucas no los recibe nadie. «Me odian y me aman» dice Rodrigo. «¿Qué les has hecho?», «nada, sabes, solo que me ven diablo y entonces mejor no tener contacto conmigo», «muy inteligentes», «sí, le han ganado ahí». Fernando por respeto no se queda en el pueblo pero acampa en los límites. Como siempre el otro se ha ido y en uno de estos días le preguntará dónde es que se escapa y el porqué. Igualmente mientras piensa aquello uno de los borucas se le acerca y le dice que si es cristiano rece el Rosario que poco le queda. Escuchado eso ahora Fernando tiene los huevos en la garganta.
Tanto que ha buscado y nada que ha hallado, el devorador de hombres sigue perdido y la gente está por creer que fue una alucinación grupal porque llevan meses sin saber de la criatura.
Fernando pese a todo no se da por vencido y por una última vez agarrada el caballo aún en pie y parte para el Talamanca a dar con aquél. Hay trochas ya hechas y otras que debe hacer él. No le importa, está hercúleo. Pero baldazo le cae cuando olvida de otros peligros y su caballo ha sido mordido por alguna víbora entre los matorrales. Fernando ahora solo se tiene así mismo y el Máuser que ahora abraza como si fuera su hijo.
Entre la enorme piedra detrás de él, que da una cavidad similar a una cueva gracias a cómo está y al terreno arriba de éste, escucha pasos a los alrededores y Fernando está a punto de gritar. No sucede nada, no se acerca nadie y entonces el cansancio lo vence y cierra los ojos. Cuando horas después, no sabe cuánto, abre uno de los ojos ve a Rodrigo. Es raro, no hay forma alguna que esté acá bien vestido; ¿por qué lleva ruana, rosa además, como los sureños? ¿De dónde ha sacado ese sombrero de paja que nunca lo vio cuando andaban juntos? ¿Qué hace aquí, si la última vez que lo vio fue justo antes de llegar al poblado donde le dijeron que el come hombres ya no hace aparición?
Todas las preguntas se le han borrado cuando ahora tiene su cabeza en el regazo del otro. Le está acariciando el cabello tal como hace un padre a sus hijos. A cada acaricia más áspera se vuelve la mano y ya capta.
—¿Cansado, don Fernando?
—¿Por qué tan cruel?
—Mire que no lo entiendo.
—Un pillo usted, tanto jugó conmigo. Tuvo razón, inteligentes ellos y tonto yo.
—Mi compadre, qué dices.
Fernando solo debe mover la cabeza y ver lo que ya sabe. Qué astas más grandes, qué cara más rara, cérvido sería pero no del todo, y la lengua de víbora y los dientes de caimán, y la piel más como madera que como pelaje, crema, y patrones de triángulos todos negros y rojo sin coherencia asimétrica hasta que se ve todo el cuerpo y entonces sí, simetría poca. Suspira y ya ha hecho las paces. Le hizo caso al indio.
—¿Me lo mataste? A Juancho.
—Repito, matar solo para comer, y carne de perro qué mala es— Fernando pensando, ¿no debería captar olor a azufre? Oh —En la noche me persiguió. Perro tonto, barranco no vio. ¿Y yo con qué corazón le puedo decir que algo de culpa tuve? Ay Fernando, perdón.
—Para y ya termina. Una sentencia basta y sobra. Haz lo tuyo.
—Fer, que lo quiero mucho, mucho— Fernando está presionando duro los dientes, por cólera y por impotencia. ¿Qué puede hacer él con semejante ser estando a su merced? —¿Cómo le dicen los tuyos? ¿«Te amo»? Y como uno de esos buenos actos, esos de amor, yo quiero que se largue de aquí y no vuelva más ¿sí?— Fernando no siente aquellas texturas de madera, ahora es piel, piel de hombre y tiene la cara de Rodrigo mejilla con mejilla con él. Le está abrazando, claro, como se abrazan cuando se quieren unos, solo que aún en el regazo. Y le besa la sien, por supuesto, porque le cuenta que ha visto actos así entre los suyos cuando se quiere a alguien y es bonito y lo quiere copiar.
Fernando llegó al poblado donde comenzó todo, con una ruana rosa y un sombrero de paja, y un par de astas. Los lugareños le preguntan qué ha pasado y él solo pide saber cuándo llegará la avioneta que siempre recoge los sacos de arroz el segundo domingo del mes.
En San José Fernando por fin dio bola en medicina y se hace de un nombre donde su padre siempre quiso verlo. Tiene aún el Máuser, y cuando le pregunta dice que fue cazador una temporada, «¿y dónde cazó?», «En las montañas, en Guanascaste, en el Caribe por la bananera y mi último viaje al sur, por convicción propia». «¿Y qué vio en el sur salvaje?», «Mucho y poco; no duré mucho pero vi bastante, y aun así fue nada». El Máuser llama la atención, es lo que más llama en verdad, pero los más vivos entonces preguntan por el par de astas en su sección de su cubículo y él se encoge de hombres, «son de mi compadre», amigo cazador pregunta uno después de escuchar eso y Fernando contesta que más que amigo, ladilla, y más que cazador, diablo. Lo tiene un muy alta estima dice el susodicho, y Fernando contesta que sí porque es tonto. «¿Y eso que dicen que en el sur hay come hombres?», «que es joda y que todo es alucinación colectiva».
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@animeluci-98thpg
Aquí tenéis.
Para imaginarse al espectro vea ésta y ésta otra imagen.
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a-pair-of-iris · 1 year ago
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Despedida de Soltero
by Aris Oneshot para la ecuperweek 2023 Francisco iba de chaperón en la despedida de soltera de su cuñada, pero acabó enredado en una noche de pasión con uno de los hombres que rescató de las garras de las mujeres. Esta es la mañana después de eso. 1.258 palabras. Ao3
—Gracias… —susurró Francisco al recibir la taza de café que el hombre, Miguel, le ofrecía. La vergüenza hizo que bajara la cabeza rápidamente y bebió de la forma más tranquila y silenciosa de la que fue capaz, aun cuando se quemó la lengua con el primer sorbo.
El sujeto, Miguel, se apartó de la cama luego de un instante y fue a ocuparse de lo que sea que tuviera sobre la estufa, que olía estupendamente bien, tenía que decir. Se le hacía agua la boca, pero lamentablemente debía salir de allí enseguida antes de que lo tentara a quedarse con la comida, o con más sexo.
Había perdido la cabeza. Eso era: las luces de neón, la música y los vapores del bar lo habían trastornado, sin mencionar los gritos y la falta de decoro de sus hermanas y las amigas de Fernanda, que con un poco de alcohol encima comenzaron a estirar las manos hacia cualquier hombre que se les pasara por enfrente luego de que les escondieran a todos los vedettos. Entre sus víctimas se contaba el joven frente a él, al que heroicamente había arrancado de las garras de las mujeres antes de que le quitaran algo más que la bandeja con los tragos. No supo en qué momento el agradecimiento del muchacho derivó en un mutuo coqueteo y en algún punto de la noche, cuando ya tenía demasiado alcohol encima, Francisco había abandonado su puesto como chaperón en la despedida de soltera de su cuñada, para tener una noche de pasión en el pequeño loft de Miguel. Ya con la cabeza más clara luego de varias horas de sueño se daba cuenta de la estupidez que había hecho.
La falta de paredes, y la pequeña distancia que separaba la puerta de entrada de la cama les había venido estupendamente en la prisa que llevaban la noche anterior, pero ahora le impedían esconder su vergüenza de los ojos curiosos de su anfitrión, que lo observaba detenidamente entre cada sacudida que daba a las verduras. Se veía divino, con la camisa negra ceñida al cuerpo y el paño de cocina sobre el hombro, maniobrando con tanta seguridad y precisión el sartén sobre el fuego.
Bajó la mirada antes de que el rostro se le coloreara por completo. Tenía que salir de allí. Dejó la taza de café sobre la mesita de noche y bajó los pies a la alfombra dispuesto a levantarse e ir por sus cosas. Pero no tenía idea dónde había acabado todo, además de los calzoncillos que por suerte se había vuelto a poner en algún momento de la noche. Hizo un barrido rápido de la habitación y encontró sus pantalones a los pies de la cama junto a un zapato, el otro había ido a parar cerca de la puerta del baño y su camisa…
—¿Buscabas esto? —Miguel le alcanzó la prenda que le faltaba para volver a ser un hombre decente, y acto seguido se recostó junto a él sobre las mantas revueltas.
—Gracias… —Se plantó la camisa lo más rápido que pudo para cubrirse de los ojos indiscretos del otro hombre antes de que terminara de afectarlo. Por un instante se contuvo de decir cualquier cosa, pero la vergüenza finalmente le ganó y se deshizo en excusas para disculpar su comportamiento—… Te juro que nunca me había pasado esto. Nunca hago este tipo de cosas.
—¿Te refieres a ir a la cama con alguien que acabas de conocer? ¿O quedarte en su casa hasta el desayuno? —preguntó Miguel con una mueca divertida, mientras acercaba una mano a juguetear con los bordes de su camisa.
—Lo del sexo con extraños.
—Ya veo. —El joven entonces dejó en paz la ropa de Francisco, llevando la mano a descansar sin vergüenza sobre su muslo, acariciándolo suavemente con su pulgar—. Yo tampoco lo había hecho antes.
—¿En serio? —exclamó Francisco, con un tono de incredulidad demasiado evidente que hizo que Miguel levantara una ceja, indignado—. Disculpa, pero es que anoche te manejabas con tanta confianza que pensé... —Una nueva mirada de esos penetrantes ojos amarillos lo hicieron tragarse el resto de la explicación y bajar la cabeza, avergonzado—. Perdón.
—Bueno, tú tampoco eras precisamente la imagen de la timidez. —Bromeó Miguel. El moreno se levantó para quedar sentado junto a él. Su respiración le rozaba la mejilla erizándole la piel, más aún la mano que seguía reposada sobre su muslo y el brazo alrededor de su espalda que lo llevaba a recostarse.
Francisco no pudo evitar reírse de la naturalidad con que Miguel se acomodó nuevamente entre sus piernas, y se abstuvo de cualquier reproche contra sí mismo por la facilidad con que se lo permitió.
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—Que no es un striper, es uno de los camareros… —Volvía a intentar explicarle a Rodrigo en el teléfono.
De sus tres hermanos, había esperado que fuera Catalina en su rol de hermana mayor quien acabara llamándolo para preguntar por su paradero y reprocharle la moral relajada de la que estaba haciendo gala al pasar toda la mañana en el departamento de un hombre desconocido. «Esos no son los valores que le inculcamos en esta casa», estuvo imaginando que le soltaría, pero suponía que tanto ella como María estaban conscientes que luego del espectáculo que dieron la noche anterior ya no tenían ninguna autoridad moral sobre él. Así que ahí estaba Rodri haciendo el trabajo sucio.
—De hecho, no soy camarero, solo llevaba unos tragos cuando esas mujeres me secuestraron. —aclaró Miguel, acomodándose a su lado en el sofá luego de terminar con los platos sucios.
—¡Ves! Ni siquiera es camarero, es solo otro civil inocente.
—¡¿Es que sigues con él?! ¿Sabes la hora que es, Francisco? ¡¿No tienes vergüenza hombre?! —Volvió a recriminarle su hermano.
—A él no le molesta que esté aquí. De hecho, no ha querido dejarme ir en todo el día —Los brazos de Miguel abrazándolo por la cintura mientras besaba su cuello no hicieron más que confirmarlo.
—Por favor, dime que no te la está metiendo mientras hablamos… —suspiró Rodrigo luego de escuchar sus risitas junto al teléfono.
—¡Ay! No tienes por qué ser tan vulgar. No veo qué tiene de malo que nos estemos conociendo mejor, si resultó ser un buen chico. —dijo, dándole palmaditas a la mejilla de Miguel esperando que del otro lado lo escucharan. Francisco alcanzó a oír las exclamaciones escandalizadas de sus hermanas y las risotadas de Fernanda al otro lado, confirmándole que estaban todas allí y atentas a la conversación.
—Espero que no se te ocurra venir con el cordero de Dios al matrimonio, no quiero tener que explicarles a mis hijos en diez años más quién era el aparecido que está junto al tío en todas las fotos.
—Migue, mi hermano pregunta si quieres ser mi acompañarme en su boda hetero con gente aburrida y mala música. — No sabía de dónde estaba saliendo tanta insolencia de su parte, tal vez era el apoyo de la novia lo que lo avivaba, pero francamente era interesante sentirse como el hermanito rebelde por una vez.
—Mmm, ¿Habrá barra libre? —preguntó Miguel, siguiéndole el juego.
—Creo que sí.
—Entonces iré, pero solo si puedo acostarme con el padrino —aceptó, dándole un sonoro beso en los labios, causando más gritos indignados de sus hermanos al otro lado del teléfono.
Por suerte Rodrigo no tuvo que preocuparse de relatarles esa escandalosa historia a sus hijos, siendo que para cuando llegó el primero de ellos el aparecido ya estaba bien instalado en la familia como uno de sus padrinos y marido de Francisco.
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mr-uru · 1 year ago
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Dibujo de los latinos que fueron al mundial Qatar 2022
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where-the-sabia-sings · 9 months ago
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I’ve mentioned before that Manuela sees most of South America as her cousins, but I want clear that doesn’t mean all Latin America are Antonio’s children. Some of them are, but others aren’t.
Who I headcanon not being children of Spain:
• Paraguay
• Uruguay
• Panamá
• Bolivia
• Guatemala
• Costa Rica
* there’s probably more but I want to study more for clarification
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jothinksalot · 2 years ago
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Todos a Qatar 2022 💪🏼💪🏼🥳 ⚽️
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bohemianfrijolito · 2 years ago
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two lovely ladies
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johnschneiderblog · 8 months ago
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Lord Huron nuggets
We parental groupies never tire of the Lord Huron nuggets that come our from way from friends and relatives way out there.
Things like, "We were in a restaurant in Dublin and 'Not Dead Yet' came on ...' or, "My hygienist noticed my LH tatt and went on and on about Lord Huron at Red Rocks ..." or "They played 'I Lied' during 'Atlanta' last night ..."
In the case of this photo, a friend of ours was in a coffee shop in Monteverde, Costa Rica when she spotted this young LH fan. It was good of her take the photo and send it to us.
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muyextra · 2 years ago
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1. Centroamericanos
2. Panchito shuar
3. Pedrito avergonzado 
3. lucianito modo futbol playa
4. primitos guayguay
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incorrectlhquotes · 4 years ago
Conversation
Fernanda: Contate algo, ¿en que andás?
Rodrigo: Acá, fracasando.
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normiienverkk · 5 years ago
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Part 2 lol
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latinhetaliaoficial · 6 years ago
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monvria · 9 months ago
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«Random bullshit go!» más como «¡inspiraciones nocturnas go!»
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A sabiendas de dónde viene, estar en un viaje de introspección acostado en la cama es casi que lo común, y en la mayoría de los casos es más que bienvenido, pero en esta ocasión no. No porque todo conlleva en pensar sobre la criatura que casi le provoca un gatillazo en plena faena. Ya llevaba un buen tiempo dándose matraca con la vecina hasta que en eso pilló al perezoso en una esquina, en una especie de armatoste hecho exclusivamente para él, mirándoles fijamente. Le dio un bajón.
Ese perezoso es todo un enigma. Nombre oficial no tiene por tanto un día se llama José, otras veces Juan, debes en cuando Marco, dos veces escuchó que se refirieron a él como Eustaquio, y así con más nombres. Desconoce si posee esto, la inmortalidad condicionada, como otros animales poseen como las mascotas de su hermano. Tampoco puede decir que es una mascota, porque no es como que Fernanda se refiera a ese animal como tal; sí le da cuidado, pero muchas veces ni lo ve en la casa y cuando pregunta ella contesta que andará por ahí, por la selva, y lo dice como restándole importancia. Entonces mascota no es, ni siquiera comunal, pero cuando llega ella le da todo el mantenimiento que necesita un animal así, que es poco según cuenta, y al parecer armarle un armatoste para que descanse en su cuarto personal es uno de esos pocos cuidados.
Pero sí, la cuestión es que tener a un tercer par de ojos y no haberse dado dé cuenta de ello, le ha propiciado reflexionar cómo abordar esta problemática que hace veinte minutos atrás no tenía. No es algo que quiere volver a repetir, y si lo puede zanjar ya, pues lo hará.
Voltea a su derecha y ahí está Fernanda echada, como no, boca arriba y con las manos entrelazadas a mitad del torso y los ojos cerrados. Está dormitando pero aún sin caer más allá, y sabe esto porque aún la mujer juguetea con sus mano. En un escenario normal ni siquiera se le ocurría decirle algo, que duerma todo lo que deba dormir, si se quiere echar dieciocho horas de sueño pues que lo haga, pero entonces cruza miradas con el perezoso en la esquina y no, hoy no.
—¿Estás con Morfeo o aún sigues conmigo?— pregunta porque no le va a caer con la problemática de ya para ya, y ésta no contesta de una vez pero termina por hacer un ruidito que es la confirmación de que sí, lo está escuchando —Bien, porque cierto señorito no nos ha quitado la vista desde que me he enterado de su presencia.
Ese comentario hace que Fernanda abra los ojos de par en par porque eso suena a un tercero, y si es un tercero, son muchos. Cuando voltea a ver a Rodrigo éste ya le está señalando la esquina y ahí ve al oso perezoso echado tan pancho, mirándolos sí, sin inmutarse. Fernanda se irgue para verlo mejor y sigue sin inmutarse. «¡Oh!» es lo que atina a exclamar y se vuelve a echar.
—No me digas «oh».
—¿Qué puedo decirte?— Fernanda debe confesar que la situación le provoca risa, se quiere reír y se ríe, un poquito, para desgracia de su compañero que atina a taparse la cara con una mano —El señorito no es como que me pueda mandar un memo diciéndome que hoy llegaba. Usted sabe, imposible para él.
—Esa cosa provocó que me rendimiento bajara— ahí Fernanda ríe, más duro que antes, porque no lo puede creer. Al hombre no le queda más que moverse a su costado y quedar viéndola pasmado; vale, cree que se está desquitando con él de todas las veces que le ha hecho jugarretas.
—Ahora entiendo la vara, qué le pasó— dice aún con atisbo de risa en la oración y, por lo anterior y esto, anda enjuagándose los ojos —Vamos, no es gran cosa.
—No señora, no me cuente sus fetiches. Esa vaina no va conmigo.
—Por favor— sigue soltando risitas ella —No me digas, el más santo. Usted ni se lo cree.
—No seré el más santo, ni tengo comunidad que me venere, pero algo sí le puedo decir: la intimidad es sagrada para mí. O es usted y yo o nada. No me agregue a sultano o mengana. No quiero otro par de ojos o más viéndonos. Muchos años, Feña, lo sabes bien.
Que el hombre haya tirado ese comentario con un tono de indignación provocó que la pobre muchacha diera más risotadas, y por consiguiente un pequeño ataque de hipo la invadió. Rodrigo ya había erguido la mitad del cuerpo, listo para levantarse e irse, pero Fernanda le pasa el brazo por el pecho y le insta nuevamente a acostarse. Acatada la acción entonces va y se le encarama encima, de largo y largo, poniendo todo su peso y evitando que intente escapar.
—Vamos hacer un recuento— Comenta Fernanda rascándole la nariz —para confirmar si es cierto lo que cuentas. La primera vez. . .
—Fue solamente usted y yo, en una casona a orillas del mar. En la vivienda solo residías tú. Me invitó y ya sabe el resto.
—Bien, bien. Correcto— Entonces analiza el siguiente y recuerda esos casi diez años —La segunda vez, o bien, las segundas veces; fueron muchas. ¿Qué hay ahí?
Recordar esa etapa hizo mortificar a Rodrigo. Recuerda aquellos encontronazos, analice el contexto y ahora se le ha subido la bruma a la cabeza. Fernanda capta pero no comenta sino que sigue echada esperando que prosiga, y como dilucida que no lo hará, toma la iniciativa.
—No recuerdo todas pero sí la última. Fue en una cabaña de dos pisos en Breñón. La cabaña tenía chimenea ¿recuerdas? Chimenea de piedra. Raro. No es que hiciera mucho frío para tenerla, pero ahí estaba — No le está viendo, sino que ahora con la cabeza echada de costa ve al infinito de la pared crema escarbando en su inconsciente hallando todas las piezas de ese momento —1928. Usted me odiaba y yo también. Aun así desde aquella vez nos quedamos con más y, pese a que no debíamos, nos reuníamos solo para eso. ¿Qué más sigue?
—Yo la estaba esperando, así como usted me esperó otras veces, pero no llegaba. Entonces pensé que se la comió un jaguar o los indios conejos, y pobre, ha muerto Fernanda, pero llegó. Llegó bien vestida, pulcra, mínimo a una reunión oficial pero lo nuestro era clandestino.
—Ajá, y ni cortos ni perezosos entonces nos agarramos e hicimos lo nuestro. Usted bien animal, le gustaba morder. Parecía perro. ¿Pero entonces qué pasó?
El hombre estaba a punto de cabrearse de que todos sus enunciados estuvieran terminando en preguntas para incitarlo a hablar, continuar esta historia que a veces prefiere olvidar. Bien podría evitar seguirle la jugada, pero oh ha caído, y las ganas de soltar lengua pueden más.
—Viniste y dijiste «¿podemos actuar como si estuviéramos “enamorados”?» y yo le pregunté cómo era eso— Porque lo atónito para él, más allá de la solicitud, era que no sabía eso del amor, no como lo conciben los mortales. Recuerda con quienes ha yacido y sí les tenía cariño, como aquella mulata de Cartagena o la chola de Penonomé, pero enamorado nunca y en ese momento, sabe, tampoco. Entonces recuerda años después de aquello que le preguntó a Fernanda si ha estado enamorada y ella con la boca a medio abrir, él dijo que mejor no le contara —y bueno, me empezaste a besar suave, calmado, no como minutos atrás en el diente con diente. Se tomó su tiempo, apreciando todo. . .
—Lo que haya que apreciar. Me agarró y me llevó, bien hidalgo, a la cama, y siguió con su hidalguía ahí pese a su cara de enojo, o de perplejidad, porque ese ceño fruncido era difícil de desencriptar. Igual y asimismo le solicité que me tratases por mi nombre de pila y no apellido e hice lo mismo para con usted.
—Durante ello, cuando estábamos en esa posición, la que Antonio de las pocas veces que nos dijo sobre eso era la única válida, la única con que no nos iríamos al infierno, me comentó que le dijera «te amo». . .— y no sigue porque justo ahí pilla que ha olvidado que lo prosigue, una gran impresión que hace abrir los ojos y alzar las cejas. Fernanda no parece indignada por eso; cruza los brazos frente suyo y ahí coloca el mentón, para descansar la cabeza, y para verle mejor.
—Lo cumpliste. Tres veces, o dos, quizás cuatro, ahí no recuerdo bien, pero fue más de una, me dijo «te amo». Después de la primera le pedí más y cumplió.
—Entonces en una de esas me dijiste «te amo» también— recordó. Fernanda asiente.
—No sé si lo hallaras falso— sí lo halló —pero a mí me llegó — risotea Fernanda nuevamente, tapándose un poco la boca —Ahora recuerdo que lo dejó perplejo, balbuceó algo que no recuerdo pero sí lo otro a eso. No moderaste, por lo perplejo, y ahí me diste una embestida mal dada. Me dolió.
Si hace minutos atrás fue una mamo con la que se tapó la cara, ahora son las dos. Ya recuerda, y recuerda bien. Ese comentario lo agarró con la guardia baja y, en efecto, puso más fuerza de la necesaria en ese embate. «¿Disculpa?» ahora dice, a casi cien años de eso, y Fernanda alza los hombros y añade «el tiempo de los perdones pasó, Rodrigo».
—Pero— retoma Fernanda— no pasó a más. Un minuto más y ahí llegamos. No parecía satisfecho —porque todo; la solicitud, las acciones, todo; lo dejó confundido, y confundido uno no disfruta —pero yo sí— añade —Pero ahí se acabó todo, ¿cierto?
Como siempre pasaba, ahí quedaron echados en la cama recobrando energías, y para mal del hombre lo dejó en sopa de techo, que suele odiarlo o no dependiendo de la ocasión, y aquella vez cómo lo odió. Cuando se levantó Fernanda a recoger su ropa y ponérsela para irse (como siempre hacían en aquellos encuentros, pasado el momento efímero se iban), hizo lo que nunca había hecho para ese entonces: acercársele y darle el beso de buenas noches, para luego añadir «no pienses mucho en eso; es falso» y él le contestó «todo simulado» y ella asintió sonriendo, feliz, y Rodrigo volvió a fruncir el ceño, más pronunciado, y ella volvió a besarlo pero entre las cejas y después se alzó y salió de ahí sin volver a verlo.
—Sería años después. No. Décadas después para cuando volviéramos a tener otro encontronazo— añade Rodrigo mientras piensa en ello, rascándose el mentón —Fue como dos o tres años después de haber resuelto ese problema —Fernanda asiente, otra vez, porque recuerda bien eso y el otro está en lo correcto.
—Estabas en mi casa. Le dije si quería ir a las montañas y usted creyó que estaba de joda y dijo que sí. Mala suya, tuvo que venir a escalar conmigo y hubo que parar por un día, pero estuvimos de suerte, hubo refugio. Ahí sí tenía justificación que la cabañita tuviera chimenea, pero no era chimenea sabe, era ¿cómo se le decía a ese aparato todo raro?
—No le des más vueltas, era una estufa de leña de las antiguas, donde también se puede cocinar y esa, era grande, tenía horno, entonces hornear también.
—Sí, y la cabaña era, literal, cuatro paredes.
—Así que un hombre y una mujer, solos, compartiendo una sola cama y, para rematar, ya han tenido tema. Qué más iba a suceder sino eso.
Fernanda ríe. Hoy ha reído más que él.
—Pero aquella vez fue rápido. Apuesto todo que no pasó de los cinco minutos.
Por fin risotea Rodrigo.
—¿Y querías más? Estábamos cansados pero mire cómo es la arrechera de fuerte. ¡Jo, bellaca!
—¡Solo estoy narrando lo sucedido!— exclama mientras se peina para atrás el cabello —Pero usted sí es malo, porque yo no buscaba nada aquella vez— y ahora se debe aguantar la carcajada del hombre abajo suyo y se pregunta a dónde está la gracia.
—Literal me besabas y me metías mano.
—Falso.
—Y ante eso no es como si uno se pueda controlar. No lo habrías hecho y yo no lo hice.
—Mentiras.
—Porque, y escuche bien Fernanda, que usted es mucha mujer y como tal sé cómo tratarla, si a mí me crío mujeres como tú y me dieron una gran enseñanza. A ver, apegue su oído a mi labio y escuche —y Fernanda, de bruta, le hace caso —Las damas también practican el pecado carnal y, muchas veces, son más vivas que uno.
—Idiota— contesta, y es ahora ella quien le peina el cabello con la mano —Vulgar. Soez. Debería hacer gala de la posición de la mujer en la sociedad — «¿y esa cuál es?» —Darte con el rejo de caballo por decir algo de ese calibre— ahora hay sinfonía de carcajadas.
—Pero sí pues, aunque lo niegues usted comenzó y yo caí. ¡Bruja! Pero ante eso y tú muy guapa e igual que me invadió la cabanga y los recuerdos, entonces te anhelaba.
—Y yo a usted, ya no lo voy a negar.
—Y entonces otras décadas más sin intimidad.
—Ajá— le confirma Fernanda. Ahí entonces se levanta, un poco, aún en horizontal para verle la cara. Ahora ella tiene una cara seria —Mediados de los 70 usted me ignoró. Supongo que se le hizo más bonita la puertorriqueña y como sabía bailar coronó. Quíteme esa cara de picha. E igual le resté importancia, si usted andaba con otra yo igual, que usted no es nada del otro mundo como para encasillarme. Entonces llegó los 80 y seguía en las mismas, y a mediados creo que se volvió maricón porque andaba de arriba para abajo con el jamaiquino. ¿Eres maricón de closet?
—¿A qué viene esto?
—Pregunto, me gustaría saber.
—¿Miedo?
—¡Ay por favor!
Desquitarse, más bien. Recuerda que cuando por fin aceptó el matrimonio él le chateó y decía literal «¿ah, ya se volvió maricona?». Antes de eso el último mensaje que le había enviado tenía casi un mes desde entonces. No le contestó.
—A ver, dime Fernanda, sin miedo.
Entonces pensó en desquitarse más.
—¿Si yo hubiera sido hombre crees que nuestra relación sería la misma, con todo lo que ello conlleva, y entre eso la intimidad?
—Si Fernando existiera nos estaríamos es midiendo las vergas.
—Ordinario— Dice Fernanda y mira como su compañero ladea la cabeza más o menos rápido.
—Y supongo que lo habría empalado y él me habría sometido. O al revés. Quién sabe. Obvio no va a ser la misma relación, pero tampoco iba a cambiar mucho. Más comedidos a la hora de mostrar afecto, cortejo diferente, puede que en nuestra machosidad los juegos previos fueran lucha, ya sabes, wrestling arrabalero o quizás lo mismo que tú y yo. Sí, más lo segundo, lo primero es pura fantasía y yo argumentando paja.
—¡Qué romántico!— dice. Está apunto de limpiarse la lágrima falsa —Y si usted hubiese sido mujer igual, eh. Quizás nos hubiéramos peleado el maquillaje.
—Le habría llamado barragana o meretriz en esas peleas.
—En sus sueños, su léxico no llega hasta allá. Habrías dicho «puta» o «zorra», lo típico.
—Pero entonces llegó el año 1995. Enero fue. La visité otra vez— retoma el tema principal Rodrigo.
—Afirmativo. Usted me trajo un regalo: Shalimar. Ha saber quién le dijo que es de mis perfumes favoritos, sino el más, pero ahí estaba — a Fernanda esto lo sorprendió porque sabe bien que jamás, ahora haciendo cuentas, usó ese perfume en su presencia, entonces ¿cómo supo?
—Ajá— Rodrigo no le dirá quién fue su topo aquella vez, para resguardar la identidad de esa persona. Aunado a eso también le debe mucho, no solo por aquello, sino porque le prestó plata. Después el 89 él no tenía ni un dólar en el bolsillo, apenas y veían cómo arreglar esas finanzas desastrosas, y aun así quiso llevarle algo y para rematar caro. Desde entonces aquella persona está presente en las oraciones de él, si es que se acuerda en ir a orar —Me le quedé una semana entera ¿verdad?
—Sí. Yo le pregunté por eso, mucho tiempo, y a sabiendas cómo andaba eso por allá pensé que estaba psicótico.
—Cada quien tiene sus escapismo, y yo necesitaba hacer el mío.
—¿Huir?
—Estar contigo.
—Oh.
—O eso te diría si no fuera una vil mentira— casi se ofende Fernanda, casi —Y el mío o es la música o la compañía de un buen amigo y tú, bueno, ¿comadre?
—Vos compadre.
—Sí, sí. Esto. . . me dijiste aquella vez si quería escalar.
—Me dijiste que no.
—¡Porqué era real! Mucho tiempo contigo, ya sé cuándo algo es enserio y cuando no. No sé ría, pilla.
—Bien. Ahí entonces te di otra opción.
—«¿Quieres conocer mi madre?» me dices.
—Hicimos las paces, o bueno, quiero creer que la hicimos y como esto, ya sabes, uno debe poner de su parte en reforzar la relación.
—Y nada más que refuerce la relación con su señora madre que presentarle uno de sus amigos.
—Y amante.
—Ajá. Entonces la señora Bribri me dio de beber chocolate.
—Es su forma de darte la bienvenida.
—Y yo, bueno, ambos, terminamos por irrespetarle esa bienvenida y la casa de la doña cogiendo en los ranchos.
—Ranchos exclusivamente para coger, parte de su cultura.
—Igual un irrespeto.
—Ella sabe. Quiero decir, le dije. Ahí cuando me viste susurrarle ya sabía pues de nuestra relación. No me iba a decir nada. En poder le gano. Ya sabes cómo es esto.
—Pero haga cuentas, entonces, que muy bonito y todo recordar todas nuestras empotradas, pero recuerdo porqué comenzó todo este cuentero. ¿Cuántas veces hubo un tercero ahí donde cogíamos?
Fernanda entonces cae en cuenta, es cierto, todo esta charla comenzó porque el hombre le dijo que muy santo no pero que el voyerismo no le iba. Ahora, después de recopilar sus escapadas, tiene razón. No hubo más nadie que ellos dos. Solo un hombre y una mujer en la intimidad y ya. Hace minutos atrás dijo qué romántico, ahora en verdad puede decir esa frase sin ser a broma.
—Haz ganado, por hoy solamente— se alza un poco para ver hacia atrás, hacia el señorito que desató todo esto, pero no está. Fernanda entonces mira para todos lados hasta que siente un peso extra al costado derecho de la cama y ahí ve, el perezoso intentando escalar.
Rodrigo hace un comentario diciendo que esa «cosa» es como los perros, no sabe cuándo dejarles a solas. Fernanda lo regaña, como que cosa y que respete al animal. Cuando el perezoso por fin escaló y estaba justo al costado de ambos entonces el hombre añade otro comentario, que cuidado con las garras y más él, que capaz y le cercena el miembro. Fernanda, con gracia en la voz, le dice que sería una lástima pero le lloraría, al miembro, no a él, dos segundos a lo mucho. Rodrigo se ofende. Pero en vez de contraatacarle le dice qué onda con ese bicho, es mascota o qué, y le señala una característica: no tiene ese moho que suelen tener los perezosos en las espaldas, y como tal no tiene pulgas ni bichitos como suelen tener los suyos al natural. Fernanda le dice que ni ella sabe pero como el perezoso es un regular visitándola le ha dado todos los cuidados que no se le debe dar a un animal salvaje, que ahí ha pecado, y el hecho que el perezoso la persiga y no rehúya o a lo mucho le ignore es prueba de ello.
Ahora no es solo que Rodrigo tenga a Fernanda encima suyo, sino que ahora debe aguantar al perezoso agarrándose a su brazo izquierdo. Mas no se puede enojar, que sí, el animal lo ha llevado a un viaje de recuerdos y algunos que preferiría no haber desempolvado, pero el perezoso en su simples es simpático y lo deja aferrarse a su brazo como si fuera tronco.
—¿Sabes? Haré lo de mi madre.
—Qué cosa.
—Como veo que tienes tanto pudor en según qué cosas, entonces tendré que hacer un cuarto en exclusiva solo para usted y yo y el coito. Así como la división de ranchos que tiene ella.
—Todo lo que provoca este señorito— le dice señalándole al animal. Fernanda solo va y le rascara la cabecita, pero ya el animalejo, dormitando, está más allá que acá y no le hace caso.
—Más vos, chillón.
—Vo’ andáis muy de viva hoy, ¿qué sucede?
A Fernanda le encanta cuando, muy debes en cuando, el hombre le vosea. De hecho, se enteró muy tarde que él voseaba, ya, un poco. Fue a mediados de los 60 y comienzos de los 70, cuando ya eran muy íntimos. Una vez, cuando por la noche de noviembre ambos compartían una hamaca, sentados, pero cada uno en sus extremos e intentando mecerse, hablando de cosas mundanas cual mortales, en eso él le voseó y la otra sorprendida dijo qué fue eso y él, impresionado también, dijo que se le escapó. Después le confesaría que sí, a veces vosea porque aún tiene pueblos donde hablan así, y si alguien le vosea debes en cuando le devuelve el trato igual, y como ella le voseó aquella vez, él también. Antes le voseaba más, ahora ya no tanto. Le dijo que ya casi esa forma de hablar estaba muerto, y por consiguiente ya no le es tan cotidiano devolver el voseo, pero a veces aparece y hoy fue así y esa pequeña cosa le hizo feliz a Fernanda.
—Muchas veces se quiere hacer el vivo así que debo igualarlo o sobrepasarlo, eso es todo.
Para evitar más discusión, entonces, le besa y le da las buenas noches. Similar a aquella anécdota que lo mortificó. Supo que aquí acabó la charla y tiene dos opciones: irse como sus primeros encontronazos o quedarse pues, y mamarse al perezoso a su izquierda y la dueña de la casa a su derecha, y prefiere más esto que lo primero y ahí quedó por el resto de la noche.
_________________
«A vos lo quiere mucho el perezoso».
«Ah no joda Fernanda».
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a-pair-of-iris · 3 years ago
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Mi Semana Contigo [4/5]
by Aris
Parte 3    Ao3   Inicio
(9354 palabras)
Miguel despertó muy tarde al otro día, solo por un molesto rayo de luz que logró colarse por el borde de la cortina, y el peso de Julio cayendo sobre él con saña asesina.
Al parecer su hermanito tenía tanto planeado para ese día, que no pudo esperar más tiempo a que decidiera levantarse por su cuenta. Tampoco hubo forma de que aceptara la excusa de la resaca, por mucho que la invocara. Miguel adoraba al chico, pero a veces se volvía tan demandante que terminaba por agotarlo, ni hablar de la maldita manía de seguirlo a todas partes hasta que hiciera lo que quería. Era lo que sacaba por ser un hermano mayor tan genial.
—Ya no seas holgazán, bro, ¿Cómo tu amigo pudo levantarse a primera hora para ir a subir el cerro? —protestó el niño, presionándole una y otra vez la espalda, haciéndolos rebotar sobre la cama, ¿Cómo esperaba que se levantara? Así ni modo—. Y mamá dijo que si no bajas ahora te quedas sin desayuno ni almuerzo.
—¿Qué? —Se remeció hasta sacarse a Julio de encima y alargó el brazo para coger su celular de la mesita de noche. Tuvo que frotarse los ojos un par de veces antes de poder ver la hora.
Una y treinta.
De pronto fue consciente de todo el calor de la tarde y lo sofocante de la habitación, además sentía ese pegoteo sudoroso por todo el cuerpo, así que se levantó como pudo, con un molesto mareo y nauseas que buscaban tirarlo al piso, y fue a darse una buena ducha.
—¿A qué hora dices que se fue Francisco? —Lo decepcionaba que el otro ya no estuviera en la casa, le hubiera gustado pasar un rato juntos antes de irse a pasear con su hermano, y también ver en qué estado despertaba el castaño luego de tantos tragos.
—Como a las ocho. Desayunó y mamá llamó un taxi para que lo llevara no sé a dónde a una caminata —respondió Julio, desde algún lugar del baño.
Privacidad, ¿Qué era eso? Pero al menos podía hacer que le trajera la toalla que otra vez había olvidado.
—¡Apresúrate, hombre, que quiero ir a las maquinitas! —gritó el niño abriendo la cortina de pronto, haciéndolo pegar un salto mientras hacía un pobre esfuerzo por cubrirse.
—¡¡YA SAL DE AQUÍ!!
-o-
—Broma que te pusiste a cantar. —Se burlaba Manuel desde el otro lado de la línea.
Su llamada había entrado en el preciso momento en que tomó asiento en la pequeña mesita del quiosquito donde el grupo se detuvo para comer algo y reponerse de la primera hora y media de recorrido. Así que Francisco enrollaba y enrollaba los fideos en su plato mientras intentaba no avergonzarse demasiado por los recuerdos de la noche anterior.
—Ya, si sabes que me pongo todo raro y cursi cuando bebo. Aparte como estaba nervioso chupaba y chupaba sin parar… —Solo entonces reparó en un pequeño detalle—. ¡Oh, no! Se me olvidó que todo eso había que pagarlo después, seguro Miguel acabó cubriendo lo de los dos. —Aunque no estaba seguro de cómo se las habría arreglado para hacerlo antes de que salieran corriendo del local. Puede que dejara un cheque, o un billete muy muy grande, hiciera que se lo sumaran a la cuenta, o una de esas cosas que hacían los ricos.
—Lo dices como si le fuera a doler el bolsillo por comprarte un par de copetes. No es que el principito viva únicamente del sueldo de la revista como para que te baje la culpa, papi todavía le da sus buenas mesadas, así que vo’ aprovecha y déjalo que te saque a pasear y te conquiste con regalitos…
—¡Cómo se te ocurre que voy a hacer eso! —gruñó Francisco, alzando por fin la vista del plato. Tal vez con varios años menos, y con un tipo que no le importara demasiado se habría dejado consentir sin reparos; pero Miguel le importaba mucho, y no quería aprovecharse más de la cuenta de su buena voluntad y que llegara a pensar que era un interesado, además—… Tampoco es el caso, Manuel, solo está siendo amable.
—Sí claro, así se le dice ahora… Y vo’ jurai’ que te metió a la casa puro para hacerse el amable y pintarse las uñas cantando boleros.
—No es que se haga el amable, el hombre es muy considerado, aunque te cueste admitirlo, pana. Se la pasa preocupado por los demás, dando regalos y repartiendo comida y dulces para subir los ánimos. Con todos es igual.
De eso estaba convencido Francisco. Miguel era ese tipo de personas a las que se les daba natural entablar conversación y hacer sentir cómodos a los demás, así que terminaba llevándose bien con todos. Con algunos hasta llegaba a ser coqueto de lo atento que era, lo había visto pasar muchas veces con la gente de la revista y en los locales de comida como para darle mayor importancia a los detalles que tenía con él.
—Y dale con la cuestión. Todos los demás se dan cuenta que contigo es distinto, todos menos tú. Contigo lo hace en serio.
—No vas a empezar a creerle a los cotilleos de la oficina ahora, ¿Verdad? ¿Cuándo asumirás que nunca le atinan a nada?
—¡Tsk! Ahora es distinto, weon, porque tú sí lo quieres, y él… No es que me importe lo que haga o deje de hacer, pero después de tantos años de aguantarlo creo que puedo reconocer cuando se empeña en ganarse el favor de alguien, y cuando lo veo cómo es contigo… No sé, es como si los dos estuvieran en la misma frecuencia sin darse cuenta. —Manuel suspiró pesadamente para dejarle claro lo frustrado que estaba con toda la situación—. En serio, Fran, ¿Qué pasa? Uno pensaría que estarías feliz de escuchar cualquier indicio de que le gustas, no empeñado en rebatirlos.
—¡Lo sé! Lo sé, es que… Si vieras cómo se esfuerza en dejarlo claro frente a sus padres, de que solo somos amigos. —Luego de escucharla tantas veces, esa etiqueta dejó de ser motivo de felicidad y se convirtió en un recordatorio permanente, como si Miguel quisiera dejarlo claro no solo para sus padres.
—¡Vamos! Todos hacemos eso para que no nos molesten los viejos —protestó el moreno—. ¿Por qué te cuesta tanto creerlo? Es muy fácil quererte, Francisco. Eres como el perro latoso al que todos terminan haciéndole cariño, ¿Qué hace que Miguel sea tan especial para que no puedas gustarle?
—Vaya, gracias por la comparación. —Fue su turno de suspirar. No se le antojaba el mejor momento ni lugar para esa conversación, pero Manuel parecía no estar dispuesto a soltar el tema hasta obtener una respuesta que lo dejara satisfecho; así que se preparó para sacar a la luz eso que tanto lo estaba molestando.
—Mira, no digo que sea imposible, o sea, sé que le agrado, y hasta resulta obvio que le atraigo. —O eso le decían todas las veces al día que sentía a Miguel devorándolo con la mirada—. Pero también es claro que no quiere nada más conmigo, ¿Y quién podría culparlo? Seguro salió con hombres mucho más interesantes, más refinados, y mucho más cultos que yo. Ya sabes, más a su nivel.
No era una sensación nueva para él, eso de no sentirse suficiente, suficientemente bueno para algo, o alguien, suficiente para Miguel. Tampoco es que fuera por la vida echándose abajo a cada rato, solo era consciente de sus carencias, se decía, y, aunque a veces esos pensamientos se le salían un poco de las manos, la mayoría del tiempo solo lo hacían ser más discreto y evitar problemas. Pero los últimos días se había hecho demasiado ruidosa esa vocecita que le repetía constantemente lo fuera de lugar que estaba pretendiendo a Miguel, y que este también era consciente de aquello.
—Pancho…
—Lo que quiero decir es que, si llegara a ocurrir, que pasara algo entre los dos, temo que para él no sea nada, en cambio yo… Bueno, ya sabes.
Hubo un largo silencio después de eso, un incómodo silencio que lo hizo arrepentirse de ventilar sus inseguridades con tanta sinceridad, en lugar de indignarse más por el comentario del perro.
—¡Ash! ¿Qué quieres que te diga, Francisco? Creo que otra vez te estás juntando demasiado con María y esa parada suya de que el mundo está en su contra… —Comenzó Manuel en un intento para salir del callejón oscuro donde se habían metido—. Si tu hermana está para protagonista de teleserie: hermosa, bruta, y esparciendo problemas por dónde camina…
Ese giro vino tan de la nada que lo desconcertó por un momento, pero no tardó en aferrarse aliviado al salvavidas que su amigo había lanzado—. Okey, ¿Y eso dónde me deja a mí?
—Tú serías el gallo desesperantemente bueno e ingenuo. —contestó Manuel casi sin pensarlo, lo que hizo presumir a Francisco que su amigo se lo venía guardando desde mucho antes.
—¡Ja! Entonces tú eres mi amigo antipático que reniega del hermano perdido.
—Ya te pusiste a la defensiva, weon.
—¡Me acabas de nombrar la mosca muerta, man!
Se pasaron el resto de la llamada bromeando y armando teorías cada vez más ridículas sobre cómo iría el argumento de «¿Por qué, María?», como decidieron nombrar a la producción, barriendo eficientemente con su breve episodio de angustia. Aunque antes de colgar su amigo quiso volver a darle un aliento, en su particular estilo.
—Hay que tenerle un poco de fe, después de todo es mi hermano, ¿Qué tan tonto puede ser? Porque se pasaría de weon si te toma a juego sabiendo el par de panteras que se va a cargar encima, aparte de unos cariñitos míos si llega a hacerte sufrir.
—Jajaja, gracias, panita. —No era un escenario particularmente reconfortante, pero sí le alegró escuchar a Manuel referirse a Miguel como “su hermano” tan naturalmente y sin que nadie lo obligara.
-o-
Volvió más tarde de lo previsto, todo por quedarse rondando los puestos de comida y artesanías en una galería cerca de la costanera antes de decidirse a tomar el taxi de vuelta a la casa. Al menos el paseo le sirvió para comprarse un traje de baño, solo por si acaso.
Estaba agotado por pasarse todo el día fuera, además el desvelo y resaca de la noche anterior había comenzado a pesarle desde que se sentó en el auto de regreso, así que estaba más que deseoso por llegar y meterse de vuelta en la cama, pero su resolución se fue al traste en cuanto Miguel se le plantó delante invitándolo a sumarse a la noche de películas que iban a tener con Julio.
Pensó en rechazarlo, en serio, pero hubiera sido la segunda vez que se negaba a acompañarlo en ese plan y no le pareció sensato, aparte que lo miraba con tanta súplica en los ojitos, y la mano sobre su hombro tampoco ayudaba a que quisiera apartarse. Así que terminó sentado en el enorme sofá de cuero de la sala de cine, con un bol de canguil entre las piernas y Miguel sentado entre él y Julio.
—¿Qué van a ver?
—El live action de Mulán —contestó Julio, operando los controles sin despegar la vista de la pantalla—. Me dijeron que es muy mala.
—¿Entonces por qué…? —Antes de que acabara, las luces de la habitación se apagaron y la sorpresa y la música de la introducción lo silenciaron.
Sobra decir que no estaba prestando mucha atención a la película, en gran parte porque se la pasó durmiendo, al menos cuando paraban los cambios abruptos de volumen, y en esos lapsos que no tenía de otra más que estar despierto, lo que más reclamaba su atención era la sensación de Miguel junto a él. No estaba seguro cómo demonios se instaló Julio, pero los había dejado apenas con el espacio suficiente para los dos, o así debía de ser para que Miguel lo tuviera tan apretujado contra el brazo del sofá. Solo pudieron aflojarse cuando el niño detuvo la película y encendió las luces para salir corriendo directo al baño.
—Tal vez sea mejor que te vayas a dormir —sugirió Miguel, luego de escucharlo soltar un largo bostezo.
—No, está muy buena la película —dijo a la vez que se frotaba los ojos a ver si terminaban de abrirse de una vez.
—Pfff, causa, está horrible.
—Sí, sí, eso. —Y un bostezo más, esta vez incluso acabó contagiando a su compañero—. No será que me quieres usar de excusa para irte tú a dormir, ¿Eh?
—Nope, yo aún aguanto para una del Señor de los Anillos y la mitad de Titanic. —Quiso jactarse, pero se notaba que también hacía un esfuerzo por mantenerse consciente.
—¿Día cansado? —Terminó acomodándose para poder mirar a Miguel sin que le doliera el cuello y este no tardó en imitarlo.
—Seh, siento que este niño cada vez tiene más energía y yo, al contrario, ya no soy lo que era —dijo con una mueca, a la vez que dejaba caer los hombros—. Parece que estoy viejo.
—¿Y apenas te vienes a dar cuenta? —bromeó, ganándose una patadita, la que devolvió enseguida y acabaron en un juego de pies hasta que Miguel plantó sus dos piernas sobre su regazo, adjudicándose el triunfo. Triunfo que duró muy poco, porque en cuanto el dueño de casa irrumpió en la habitación se apresuró en retirarlas.
—¡Ejem!, Miguel, no tengo que recordarte que te comportes ahora que tu hermano está aquí. —dijo apuntando entre uno y otro, la escasa distancia entre ellos y la notable falta de intenciones de aumentarla—. No quiero que se repita otra situación.
—¿Vas a seguir con eso?, ¡Si ya te explicamos mil veces que no estábamos haciendo nada! —rebatió Miguel con las mejillas coloradas.
—Sí, sí, solo compórtense —finalizó el hombre y, luego de echarles una última mirada de advertencia, salió de la habitación.
—¡Arghhh! ¡Vaya uno hacerlo entender! No hay forma con él… —refunfuñaba el moreno, rojo de vergüenza y suponía también de frustración.
Francisco estaba igualmente avergonzado, pero no pudo evitar que se le escaparan un par de risas ahogadas por un pensamiento que surgió de pronto.
—¿Qué? —cuestionó Miguel al verlo, y su rostro molesto solo lo hizo reírse más—. No entiendo qué de esto te parece divertido.
—¿Qué tan bien la tuviste que pasar para que te controlen así? Jajaja —Luego del empujón que le dio intentó calmarse, pero era difícil viendo el tomate en el que se había convertido.
—Perdone usted, su santidad, pero algunos fuimos jóvenes. —Se defendió, dándole un nuevo codazo para que lo dejara en paz.
—Ay, no te creas, también hice mis locuras por ahí, pero después de las proezas del dúo dinamita, a mis padres no les impresionó mucho el par de veces que me atraparon escapándome por la ventana.
—Ah, niño rebelde, ¿Y se puede saber a dónde se estaba escapando?
—No hasta que me cuentes la historia detrás de la vigilancia constante.
Antes de que pudieran empezar con la ronda de confesiones, Julio volvió del baño y ocupó de nuevo su lugar en el sillón.
—¿De qué estaban hablando? —preguntó el niño.
—Solo que estoy ansioso por saber cómo termina —contestó Miguel, antes de que Francisco pudiera si quiera pensar en entrar en pánico.
—Dah, igual que la de animación seguramente. —Se burló el pequeño, dándole play y apagando las luces nuevamente.
Esta vez estuvo más despierto y atento al intercambio de críticas que hacían los otros dos, al que aportó con un par de comentarios. Estaban dándose un descanso de ese ejercicio de opinión, cuando notó que Miguel, no tan disimuladamente, llevaba el brazo a pasarse por detrás de su espalda luego de cubrir un bostezo. No tardó en sentir una mano posarse suavemente sobre su hombro, seguido de un ligero apretón casi imperceptible.
Quedó tieso.
«¿Pero qué…?» Era un bostezo, nada más eso, solo bostezó y tenía que dejar el brazo en algún sitio, el resto solo era él imaginándose cosas, nada más lejos de… ¡Ah, pero por favor! Qué estupidez, si fuera cualquier otro sujeto no dudaría que se trataba de ese truco gastado de comedia adolescente barata. De comedia adolescente barata y añeja, además, mira que no lo veía desde la escuela. Pero como era Miguel, su adorado y fuera de alcance Miguel, tenía que dudarlo primero. «Si a veces eres tan tarado.»
Tragó saliva antes de atreverse a mirarlo de reojo, y le pareció notar una pequeña sonrisa de suficiencia en su boca. «Qué canchero se debe estar sintiendo ahora». Porque claro que le estaba funcionando al desgraciado, lo tenía hiperventilando como estúpido. ¿Qué se suponía que hiciera ahora? ¿Qué se suponía que estaba haciendo Miguel? Estaban en la casa familiar, con el hermano menor, muertos de sueño… y eran amigos. Miguel se la pasaba todo el día repitiendo que eran amigos y ahora le salía con esto. La noche anterior fue lo mismo, cuando llegó su madre eran amigos a un metro de distancia, pero en el bar muy bien que estuvo pegadito a él correspondiéndole sus mimos y susurrándole al oído, y ni hablar del karaoke, porque muy pasado de copas habrá estado, pero recordaba perfectamente el par de agarrones y palmadas que le dio, y no eran precisamente de los agarrones y palmadas que se dan entre compas.
—¡Ash!… —Acabó cerrando los ojos, frustrado, y simplemente se acomodó contra el brazo y el costado de Miguel, dándole en el gusto.
-o-
Tenía que admitir que no lo pensó bien al momento de recurrir a ese viejo truco; no pensó ni en Julio a su lado, ni en la tormentosa posibilidad de estar seduciendo al hombre de su hermano; solo que no podía desperdiciar la oportunidad de arrimarse un poco más a su Panchito. Se temió haberlo arruinado todo en cuanto posó la mano en su hombro, sintiendo cómo se estremecía fugazmente, y luego nada. Francisco se quedó estático por varios segundos, segundos que le parecieron interminables, hasta que finalmente se dejó caer contra él y pudo respirar otra vez.
—Perdón, estoy cansado. —murmuró el castaño como excusa, mientras terminaba de acomodarse.
—¿Quieres irte a la cama? —preguntó solo por cortesía, claro que no esperaba que se fueran justo ahora que lo tenía en sus brazos.
—No, aquí estoy bien, ¿Tú?
—Perfectamente —dijo sonriendo. Aprovechó que Francisco continuaba con los ojos cerrados y se lo quedó mirando, disfrutando ese pequeño triunfo por un largo instante antes de regresar su vista a la pantalla.
-o-
—Si quieres puedes decirle a tu novio que nos acompañe hoy. —Le soltó Julio de repente, antes de echarse más cereal a la boca.
—¿Qué…? —Temió por un momento que lo dijera por su imprudente movimiento de la noche anterior, pero de reojo vio a su madre ocultándose detrás de su taza de café, delatando su culpabilidad en el asunto—. Pancho no es mi novio. —«Todavía» fue lo que tuvo que tragarse para no avivarles esa idea—. Y tú no deberías estar repitiendo cosas que no sabes, que así terminas armando problemas.
Le apretaba los cachetes a Julio como reprimenda, cuando Francisco apareció en la cocina y se sentó en la silla libre frente a él, sirviéndose el café con un suspiro pesaroso.
—¿Qué pasa Panchito? —No pudo evitar darle un ligero empujón a Julio cuando el niño resopló burlón ante su tono empalagoso.
—Cancelaron la observación de aves —respondió el castaño, abatido—. Al parecer soy el único que seguía queriendo hacerla.
—No me extraña —comentó Julio antes de que pudiera silenciarlo con un abrazo apretado. Si estaba siendo todo un encanto esa mañana.
—¿Y te ofrecen algo a cambio?
Realmente esa empresa estaba resultando un gran fiasco. El primer problema con el hospedaje era entendible, ¿Pero todos los demás que siguieron? O alguien ahí arrastraba una nube negra, o en realidad nunca tuvieron todos los servicios que prometían. Mejor le habría resultado renunciar a todo y que Marta les agendara los paseos para la semana, así también la hubieran podido pasar juntos todo el día.
—Están ofreciendo que me cambie a muro de escalada… —Por la cara que puso, era obvio que esa opción no le gustaba nada—. Paseo en kayak, o puedo volver a hacer el senderismo a…
—¡Kayak! ¡Toma el kayak! No seas tonto —gritó Julio, librándose por fin de la prisión de sus brazos.
Francisco abrió los ojos, espantado, seguro eso era más extremo de lo que había planeado hacer esas vacaciones, pero luego de pensarlo un rato la idea terminó por gustarle y sacó su celular para enviar su respuesta.
—¿Podemos ir con él? —Le preguntó Julio, mirándolo con ilusión. Su hermanito siempre había sido aficionado al agua, mientras no estuviera sumergido en ella, claro.
—Deben tener los cupos guardados para sus clientes, Julio, dudo que se pueda. —Comenzaba a explicarle para que no se entusiasmara demasiado.
—No perdemos nada con preguntar —dijo Francisco para su sorpresa, dándole una suave sonrisa cuando volteó a mirarlo.
Tardaron apenas unos minutos en que aceptaran sumarlos al grupo. El sujeto en el teléfono intentó negarse en un principio, pero luego de que le recordaran todos los inconvenientes, las faltas al contrato, y los poderes de las quejas en internet, se mostró muy dispuesto a complacerlos en su pequeña petición.
El que no estaba queriendo cooperar era el instructor.
—Este niño no tiene trece años —sentenció el hombre luego de mirar por tercera vez a Julio.
Antes de que su hermanito comenzara a protestar y sacarle los ojos al sujeto, Miguel lo sostuvo por los hombros, haciéndolo a un lado—. Es un poco bajo para su edad, pero aquí tiene su DNI si no nos cree —dijo a la vez que se la extendía. Ya estaba preparado para una situación así, porque siempre les pasaba lo mismo.
—Yo creí que tenía diez. —Le susurró Francisco, mientras el hombre inspeccionaba el documento y se convencía de su veracidad.
—De acuerdo —aceptó finalmente, devolviéndosela y mirando por última vez a Julio— Asumo entonces que sabe nadar bien, como me dice que ya lo han hecho antes.
Tanto Miguel como Julio se apresuraron en asentir. Lo habían hecho cientos de veces cuando salían con sus padres, y estos siempre mentían sobre las habilidades de Julio en el agua y nunca les pasaba nada. Al menos ahora tenía la ventaja de que el niño ya sabía cómo mantenerse a flote por su cuenta.
—Ehm… —Francisco alzó tímidamente la mano llamando la atención del instructor—. Yo nunca lo he hecho, ¿Hay problema con eso?
—No se preocupe, joven, cuando el grupo se junte de todas formas haremos una introducción. Y sus compañeros lo pueden ayudar, así que estará bien.
Esas últimas palabras dejaron intranquilo al castaño, que lo miró como un perrito asustado en cuanto el hombre se apartó de ellos a atender al nuevo grupo que había llegado.
—¿Acaso hay opción de que no lo esté?
-o-
Apenas después del estiramiento y las indicaciones para mover correctamente el remo es que terminó de relajarse, aunque el que Miguel y Julio se la pasaran jugueteando durante las normas de seguridad lo inquietó tantito. «Seguro es que ya se las han repetido muchas veces», quiso convencerse. Y debía de ser así, viendo lo diestros que eran para ajustarse los chalecos salvavidas. Él seguía tratando de atinarle a la hebilla correcta, cuando Miguel se le plantó enfrente y apartó sus torpes manos de las correas.
—Deja que te ayude con eso.
No tuvo ni tiempo para protestar antes de que el moreno diera el primer tirón para ajustarle el chaleco, y con cada uno de esos Francisco sentía cómo le subían los colores al rostro. Más nervioso se puso al ver a Julio, ya instalado en el kayak, mirándolos fijamente.
Acabó sentado atrás, con Julio en medio y Miguel a la cabeza guiando. En un principio se esforzó por seguirles el ritmo, pero constantemente se distraía mirando alrededor a los otros botes, los árboles, el agua o los pájaros que se asomaban de tanto en tanto. También se distraía mucho mirando a Miguel, tenía que admitir, a la ancha espalda y los brazos descubiertos que los impulsaban a través del agua. Era durante esas observaciones que Julio comenzaba a carraspear de la nada, y recordaba que se suponía que él también debía estar ayudándolo en esa tarea.
Fue un paseo tranquilo, sin rápidos, rocas o cascadas que salieran de la nada como en las películas y videos promocionales. Al parecer demasiado tranquilo, porque una vez abajo Julio quedó deseoso de más aventura y al momento de decidir por dónde volver al auto escogió el sendero serpenteante entre los árboles en lugar del paseo de tablas barnizadas. Muy a pesar de su hermano mayor.
-o-
—Julio, no te alejes que tu hermano necesita parar otra vez —llamaba Francisco, pisoteando la poca dignidad que le quedaba.
—Déjalo que siga, si ya voy —soltó apenas, recargándose más contra el vientre del castaño mientras este le sobaba la espalda.
—Okey. —Fue toda la preocupación de Julio por su condición, y entonces corrió a encaramarse a un árbol, o las rocas, o lo que sea. En su defensa, se había quedado con ellos las primeras dos paradas, a la siguiente se aburrió de tener que esperar a que el anciano quejumbroso de su hermano mayor recuperara el aliento, así que paseaba por allí confiado en que Francisco se encargaba de él.
Habían apenas avanzado un par de cientos de metros cuando las piernas comenzaron a flaquearle, y otro par más allá ya estaba tambaleándose de un lado a otro con la lengua afuera como un perro moribundo, exprimiendo la botella de agua de Francisco en cada parada que hacían por su culpa. No entendía por qué, si habían caminado el triple de eso en la reserva y él como si nada, no tendría por qué estar tan muerto ahora; pero bien podía deberse al esfuerzo previo de los remos, y que sus piernas no se recuperaban de ese otro día tampoco. Debía meterse al gimnasio urgentemente y recuperar la buena forma que perdió durante la universidad.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Francisco luego de un rato, revolviéndole el cabello.
Miguel alzó el mentón para mirarlo y, entre la luz del sol y la nebulosa del pre desmayo le pareció ver que se sonreía—. ¿Qué?
—Nada, solo que te ves lindo.
—¡Ja! Seguro. —Entre el sudor, la palidez enferma y su patética situación, le costaba creer que «lindo» fuera una palabra para describirlo en ese momento.
—Lo digo en serio —rebatió, ahora acariciándole el pelo con suavidad.
«Tú sí que eres lindo» pensaba, hundiéndose en la ternura de las caricias de Francisco. «Te quiero tanto, tanto, tanto…» y deseaba tanto sentir más de esa mano, que en su vulnerable estado fue a recargarse contra ella, depositando un par de besos en su palma.
Fue como un balde de agua fría cayéndole encima en cuanto se dio cuenta de lo que hacía. Más cuando Francisco intentó apartarse.
—Lo siento, no quise… no debí hacer eso. —Se apresuró en decir.
—No, no, está bien, no pasa nada —balbuceaba el otro, notoriamente confundido y nervioso, retirando despacio su mano, la que Miguel se apresuró en detener preso de un repentino valor al ver la gran sonrisa que Francisco no era capaz de esconder.
—¿De verdad? —Una sonrisa igual de grande se adueñó de su boca en cuanto tuvo un asentimiento del castaño, y fue a seguir besando su mano con renovado entusiasmo.
—¡Ya! Que me la vas a gastar. —Francisco soportó menos de un minuto de besuqueo antes de recuperar su mano y lo ayudó a levantarse de la roca. Entonces vio que se había puesto todo colorado, pero continuaba sonriéndole con cariño—. ¿Ahora sí te sientes mejor para seguir?
—Mmm, no sé, creo que tendrás que llevarme de la manito el resto del camino.
—Jaja, gracias, comenzaba a pensar que tendría que llevarte cargando.
—Ah, si quieres te acepto estilo mochila o princesa, pero bombero no porque qué dolor queda después en el pecho —bromeó, colgándose dramáticamente del cuello de Francisco sacándole más y más risas.
—¿Y si mejor te hago de muleta? Sin ofender, pero una pluma no eres. Julio acabará teniendo que arrastrarnos a ambos hasta el auto.
—Bien merecido se lo tiene por abandonarme a mi suerte. —Viendo que el castaño no hacía ni el mínimo intento de ponerse en marcha, y menos apartarlo, se aferró más a sus hombros, casi rozando sus narices—. Gracias por quedarte conmigo.
—Hum, de nada, después de todo tú tienes las llaves del auto.
Estando tan cerca, podía sentir el corazón agitado de Francisco, sus ojos constantemente desviándose de los suyos a sus labios. Pero antes de que pudiera decidirse a intentar alcanzar su boca, una inesperada música los sobresaltó a ambos.
Francisco espabiló lo más rápido que pudo y sacó el celular que vibraba en su bolsillo. Con el aparato aún sonando en su mano lo miró, como preguntándole si debía colgar y retomar lo que estaban haciendo. Pero el momento se había roto, y sus aprensiones, resurgido.
—Respóndele, mientras yo iré por Julio —Y se puso en marcha enseguida, antes de que Francisco decidiera si hacerle caso o no. Antes de averiguar si se trataba de quien más temía.
-o-
Luego de terminar la llamada de Catalina fue a reunirse con los otros dos, dispuesto a aprovechar toda oportunidad que tuviera durante el recorrido que les quedaba para interrogar a Miguel sobre lo que pasó, o no pasó, solo para descubrir que el auto estaba a una vuelta de distancia.
Ya en la carretera, los dos hermanos se mantenían hablando sin parar, más que nada Miguel hablaba sin parar sobre cualquier cosa mientras conducía, dejando atrás el río y el bosque y llevándolos otra vez de vuelta a la ciudad y la playa. Fue cuando atravesaban el camino costero que Julio volvió a ser activo en la conversación, luego de que su hermano hiciera un comentario sobre una feria que apenas comenzaba a cobrar vida con los primeros tonos anaranjados en el horizonte.
—La pusieron antes este año. —Fue la observación del mayor.
—La temporada de turistas comenzó antes por lo que dice papá… ¿Oye por qué no vamos?
—No creo, Julio, ya es tarde, estamos cansados.
—Yo no estoy cansado, ¿Tú estás cansado? —Le preguntó a Francisco, pero no le dio tiempo de responder—. Ves, tampoco está cansado ¡Anda, no seas así! Vamos todos los años desde que te dejaron salir por tu cuenta. Para cuando vuelvas a venir quizás ya no esté, ¡Vamos, vamos, por favor!
Ante tal insistencia, Miguel lo miró a él, pasándole la responsabilidad y la culpa de imponer sus deseos.
—Por mí está bien, y podríamos pasar a comer algo —aceptó sin pensarlo demasiado, sentía en sus huesos que no le convenía negarse y ganar la antipatía de Julio por romper su pequeña tradición.
Como Francisco había sugerido, y ya que el ejercicio les había abierto el apetito, lo primero que hicieron fue buscar los carritos de comida en un rincón de la feria. Tenían la variedad acostumbrada: churros, canguil, algodón de azúcar, y un solitario puesto de hamburguesas y otros emparedados. En ese último compraron tres promos que incluían además una porción de papas fritas y una soda, y fueron a sentarse en una de las mesas libres con el murmullo de conversaciones, risas y gritos de la gente alrededor amenizando el ambiente.
Francisco no había notado lo hambriento que estaba hasta que probó ese primer bocado de papitas con kétchup. Que Miguel le hiciera todas las muecas que quisiera, estaba en el cielo.
—¡Ash! —El moreno lo dejó en paz luego de tres intentos fallidos por arrebatarle el envase de salsa, y de mostrarle la lengua cuando Francisco, como afrenta, se metió una buena cantidad teñida de rojo a la boca. Entonces se dedicó a repartirse la comida con Julio. El niño le entregó todos sus pepinillos a cambio del tomate de Miguel, el que además le cedió una hoja de lechuga.
Francisco no pudo evitar sonreír viéndolos cómo se pasaban tranquilamente los condimentos para las hamburguesas, y que al final juntaran ambas porciones de papas sobre una de las bandejas al centro de los dos. Miguel se dio cuenta apenas cuando sacaba su tercera papa del montón.
—¿Qué? —le preguntó con un leve sonrojo en el rostro por la mirada atenta del castaño.
—Nada. —Quiso evadir Francisco, pero los ojos entrecerrados de Miguel terminaron por hacerlo hablar—. Solo que son tan civilizados ustedes. Si estuviera con los chicos a esta altura Cata y María ya tendrían el desmadre porque una miró las papitas de la otra, y yo les robaría a ambas mientras intentan tirarse del asiento a empujones.
Los dos hermanos rieron imaginando la escena, y Francisco también al notar cómo Julio atraía disimuladamente la bandeja para alejarla de sus manos.
—Sabes, Me he dado cuenta que casi nunca hablas de Rodrigo —comentó Miguel una vez paró de reírse. Francisco le dedicó una mirada confundida y entonces elaboró más la idea—. Sí, siempre es Cata esto, María aquello, al pobre Rodri ni lo cuentas, ¿Es que acaso lo excluían de sus andanzas?
—Claro que no, Rodri siempre está ahí, sosteniendo los bolsos —bromeó Francisco—. Es solo que… Es que mi ñaño casi no tiene buenas anécdotas.
—¿Así de aburrido? —intervino Julio antes de coger su vaso.
—Seh, de un momento a otro se tomó muy en serio eso de ser el ejemplo y se transformó en el hijo modelo, estudiante ejemplar, de la casa a la escuela y de la escuela a la casa. Casi saliendo del instituto se casó y ahora es el esposo perfecto.
—¿Es en serio o hay algo de sarcasmo metido allí? —El ademán indignado de Francisco contestó la pregunta antes de que siquiera abriera la boca.
—Lo digo en serio, Rodri es un cielo, si bien es cierto que nunca fuimos muy cercanos mientras crecíamos, supongo que por la diferencia de edades y que jugamos para diferentes equipos, ya sabes; en ese sentido me sentía más cómodo con las chicas… Pero siempre se ha portado muy bien conmigo. En su momento incluso quiso pagarme la universidad, pero en ese entonces esperaban su primer hijo con Fernanda, así que no me pareció correcto que gastara sus ahorros en mí, y le dije que mejor guardara su dinero para mi sobrino.
—Qué lindo... —Miguel otra vez tuvo esa sensación incómoda en el estómago recordando que Francisco no pudo estudiar por falta de dinero, y pensando en todos sus conocidos que sí lo hicieron con sobra de dinero y falta de interés; pero la suprimió rápido siendo que el castaño no pretendía sacar a flote el lado triste de la situación. Luego de darle un sorbo a su bebida vino otro asunto a su cabeza—. ¿O sea que tú no eras un hijo modelo?
—Pfff, para nada. Pregúntale a mi madre y no dudará en decir que fui un adolescente estúpido y revoltoso que la hizo envejecer más rápido.
—Jeje, me cuesta creer eso... —Y sí que era difícil para Miguel imaginárselo no siendo el hombre tranquilo, cariñoso, amable y maravilloso por quien lo tenía, más con la sonrisa dulce que le devolvió.
—¡Oh, por favor! Consigan una habitación. —exclamó Julio luego de unos instantes viendo a los mayores mirándose como idiotas enamorados.
—¡Oe! Tú no deberías estar diciendo esas cosas, enano, ¡Que tienes trece años! —Miguel se inclinó en el asiento buscando alcanzar a su hermanito para darle un coscorrón antes de que pudiera escapársele, mientras Francisco reía nervioso e igual de sonrojado que él.
Hasta ahí les había llegado lo civilizados.
-o-
Luego de varias vueltas en la montaña rusa, las sillas voladoras y otros juegos que no sabían más que dar vueltas o ponerlos de cabeza, los dos mayores estuvieron listos para decir basta.
—Las tazas locas me dejaron mal, ya no puedo con otra ronda. —Intentaba excusarse Miguel cuando Julio quiso arrastrarlos de nuevo a la fila de los autos chocones, casi vacía en esa ocasión—. Ve tú, ¿Sí? Te miramos sentaditos aquí. —E ignorando cualquier nueva protesta del niño, se dejó caer en la banca a un costado de la pista, seguido de Francisco que hizo la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y llevándose una mano al pecho.
—Débil. —Le espetó Julio antes de salir corriendo a instalarse en uno de los autos para seguir dándole azotes a los otros niños.
—¡Ah! ¿Puedes creer cómo me trata? Y después está muy-muy haciéndose el lindo para que haga todo lo que quiera.
—Y siempre le funciona, ¿O no? —dijo burlón el castaño, entreabriendo un ojo para mirarlo. Se ganó un manotón en el estómago por ese comentario—. ¡Ouch! No hagas eso… —Se remeció un poco cubriéndose la boca y el estómago. Estaban los dos igual, a un paso de ponerse a vomitar.
—Ay, Pancho, parece que ya no estamos para estos trotes —comentó girándose para mirar a Francisco.
—No —suspiró—. Y yo no aprendo que no se debe comer antes, pasó lo mismo la última vez que nos subimos al barco pirata con Manuel y estábamos luego tomando turnos en el basurero para vomitar. Recuerdo que incluso unas señoras nos miraron feo pensando que estábamos borrachos.
—¡Mira nada más! Me pregunto si de estar aquí andaría en eso… —Intentó imaginar a su hermano lamentándose junto a ellos en la banca, pero era difícil pensar que podrían estar tan relajados de ser el caso, siendo que Manuel siempre se esforzaba por mostrarse lo más compuesto posible cada vez que lo veía aparecer; además que se habrían peleado por la atención de Francisco en todo momento. Salir en grupo no era algo a lo que aspirar por el momento, pero tuvo que hacer un comentario respecto a la ausencia de su hermano—. De hecho, me sorprendió que no coordinaran sus vacaciones, como siempre andan juntos…
—Si lo hicimos, o al menos lo intentamos, pero a Manu no le aprobaron la fecha —explicó Francisco—, supongo que por cómo andan de raras las cosas en la oficina.
—Claro. —Concordó Miguel, sintiéndose aliviado y angustiado a la vez con esa nueva información, pensando que la única razón por la que había podido tener a Francisco para él durante esa semana fue porque sus planes de pasarla con Manuel habían fracasado.
Una parte de él seguía cuestionándose cómo era posible que dos personas tan distintas como ellos dos pudieran encontrar tan agradable la constante compañía del otro para estarse pegados casi todo el tiempo, y por tanto tiempo, además. Entonces la otra le recordaba que Manuel no era con Francisco de la misma forma que era con él, o con otras personas. Estaba consciente que con el castaño era relajado, afectuoso, y lo suficientemente franco como para permitirse el mostrarse vulnerable. Pero no debió ser siempre así, cuando apenas se conocieron se imaginaba que Manuel habría sido tan apático e intratable como lo recordaba en su adolescencia, y no llegaba a entender qué podría haber alentado a Francisco a acercársele.
—Oye, ¿Te puedo preguntar algo sin que te molestes? —Le pareció un buen momento para quitarse algo de esas dudas, y tras un asentimiento del otro prosiguió—. ¿Cómo fue que te hiciste tan amigo de ese cascarrabias?
—Jeje. A ver… —Se tomó unos segundos para ordenar sus ideas antes de comenzar—. Eso partió al cambiarnos de escuela. Pasaba que en mi clase ya todos se conocían de varios años y tenían sus grupos de amigos; menos Manu que siempre estaba solo. Era un niño muy solitario y abstraído en ese entonces. Así que fue más que nada por supervivencia que me quedé cerca de él, lo buscaba en los recreos y el almuerzo; y como nunca hizo nada por apartarme lo seguí haciendo, solo estar cerca de él. Con el tiempo logré sacarle unas palabras y comenzamos a hablar, contarnos cosas y caminar juntos de vuelta a casa. Fue de a poco que nos hicimos cercanos…
—Dios sabe la paciencia que le tuviste a ese... —El comentario se le escapó antes de poder contenerse. Francisco le dio un suave codazo junto con una risa nerviosa al escucharlo murmurar.
—Todos piensan eso, pero yo siempre he sentido que fue Manuel el que tuvo mucha paciencia conmigo. Digo, después de todo fui yo el que apareció de la nada a imponerle mi presencia e invadir su espacio; y doy gracias al cielo que debajo de esa fachada de severidad también hubiera estado deseando la compañía o no sé cómo habría acabado… La verdad ya no recuerdo cómo eran las cosas antes de que nos hiciéramos amigos, porque tiendo a incluirlo en todos mis recuerdos incluso sabiendo que en ese momento todavía no nos conocíamos... —Se detuvo un momento y al volver a hablar dejó ese tono nostálgico por uno más juguetón—. También fue una suerte que acabáramos congeniando en gustos como la música y películas, o no sé cómo nos aguantaríamos en la misma casa sin lanzarnos cosas por la cabeza.
—Jeje. Oye, ya que lo mencionas, ¿Por qué…? ¿Por qué fue que se fueron a vivir juntos? —Miguel hacía un esfuerzo para no cambiar de tema abruptamente y seguir ahondando en el asunto, a ver si en algo le ayudaba, si es que lograba echar por tierra o confirmar sus dudas de si Francisco quería a su hermano solo como amigo o algo más, si es que lo quería a él solo como amigo o algo más—. Digo, ¿Cuál era el apuro en salir de casa de los padres?... —Pero estaba aterrado.
«Cobarde, ¿Por qué no solo le dices que lo quieres y ya? Que sea lo que tenga que ser»; pero mejor si le dice de vuelta que lo quiere igual, que lo ama y que todo ese romance con Manuel solo está en su cabeza y no en todas las llamadas y sonrisas y miradas dulces y suspiros de su hermano para el mismo hombre del que está enamorado.
—No era tanto así como apuro. —La voz de Francisco hizo que dejara de atormentarse y se volcara a escucharlo—. A veces me gustaría seguir viviendo con mis padres y las chicas, pero aún después de que Rodri y Fernanda se fueran a su propia casa quedamos cinco adultos viviendo en una casa pequeña con un solo baño, cada uno reclamando su propio espacio, entonces… Era complicado, por decir lo menos.
—Comprendo.
—¿De verdad? —dijo algo incrédulo. Miguel sacudió la cabeza dejando escapar un suspiro.
—Sí, aunque sea difícil de creer, puedo identificarme con la falta de privacidad —murmuró, haciendo un ademán hacia el niño en la pista—. Y como habrás notado, mi papá es tantito controlador.
—Solo un poco, sí —rio nervioso, seguro recordando el incidente en la piscina—. Bueno, en mi caso fue eso: quería privacidad por una vez en mi vida, y algo de distancia para poder extrañarlos, y qué mejor oportunidad que vivir con tu mejor amigo, ¿No crees?
Listo, ahora era el momento, solo tenía que obtener la confirmación de que seguía siendo su mejor amigo y solo eso, que su corazoncito no sentía nada remotamente romántico por Manuel, ni por otro sujeto, que estaba libre para él. Pero el siguiente comentario de Francisco le robó su entrada.
—… Y Manuel, supongo que también quería alejarse un poco de su madre.
—¿En serio? ¿Por qué?
—No es fácil de explicar, tampoco algo de lo que yo debería estar hablando; solo que siempre ha sido una relación complicada la de ellos.
Eso fue algo que no esperó escuchar. O sea, sí era consciente que la relación de Manuel y la señora Ana no era tan buena como la que él tenía con su madre-madrastra; pero no se imaginaba que fuera tanto así como para que Manuel quisiera irse de su casa. Ahora que tenía un trato más frecuente e íntimo con ese lado de su familia era testigo de que la mujer siempre era muy cariñosa y atenta, se preocupaba mucho por ellos, por lo que hacían y que se llevaran bien, sobre todo por parte de Manuel. Ahora que lo pensaba bien, sí puede ser que lo presionara un poco.
Recordaba un par de ocasiones en que los escuchó discutiendo, por lo general era sobre la actitud o apariencia de su hermano y la necesidad de modificar ambas. No que estuviera en desacuerdo con eso; pero los ponía en una situación bastante incómoda, especialmente cuando acababa usándolo a él como ejemplo de lo que estaba bien y entonces no hacía falta ver la cara de Manuel para saber lo reventado que lo tenía la comparación. No era algo poco común en los padres comparar a sus hijos, pero no dejaba de ser inoportuno, más considerando que ya eran adultos, y en su caso que ni siquiera se habían criado juntos. Se preguntaba si Manuel había tenido que aguantar que lo compararan con él incluso desde antes, y si también se había visto desfavorecido entonces. De ser el caso podía empezar a entender algo de la antipatía que el menor siempre le mostraba.
—¿Tú por qué te fuiste? —preguntó de pronto Francisco, sacándolo de sus pensamientos otra vez y de vuelta a la feria junto a él. Tal vez era idea suya, pero lo sentía más cerca que hace un momento.
—¿Eh? —Tuvo que hacer memoria de la conversación para entender a qué se refería—. ¿De la casa? Pues no me quedó de otra, siendo que conseguí chamba en otra ciudad.
—¿No viviste solo antes?
—Nope, era un pollito recién salido del nido que no sabía cómo echar a andar la lavadora —bromeó, y mientras Francisco sonreía con esa imagen mental, deslizó despacio su mano hasta quedar posada junto a la del castaño en la banca, casi rozándose—. Sobreviví todo ese primer mes a base de tutoriales de Youtube.
—A nosotros nos pasó parecido, claro que, en lugar de tutoriales, nos la pasábamos llamando a mi mamá cada diez minutos sobre qué marca de desinfectante comprar o cuánta sal ponerle al arroz; claro que pasaba más tiempo riéndose de nosotros que explicando el asunto. —La voz de Francisco también era mucho más suave, y no dejaba de mirarlo de tal forma que parecía querer acariciarlo con los ojos. Sintió sus dedos colándose entre los suyos, pero aún así no se atrevió a apartar la vista de los ojitos brillantes del castaño, queriendo creer que no era solo el reflejo de las farolas lo que los hacía relucir con ilusión.
—Al menos no le diste tiempo de ponerse triste por volar del nido. —Se esforzó en decir, un nudo formándose en su garganta.
—Mmm, sí —murmuró con más dulzura que antes, inclinándose levemente hacia él—. Podrías habernos llamado y nos hubiéramos reído un rato intentando descifrar los botones.
—Jajaja, no, hubieras pensado que era un idiota patético si les decía que tampoco sabía usar la aspiradora. —Miguel hizo lo propio y sostuvo con sumo cariño la mano ahora bajo la suya, acariciándola con su pulgar.
—Tal vez un poquito, pero seguro pronto me habrías resultado encantador.
Todo en él lo estaba matando: sus ojos entrecerrados; su voz suave; los dedos que le devolvían la caricia; esos labios entreabiertos que parecían cada vez más cerca de los suyos. No sabía si era él o Francisco, o ambos, quien se acercaba, pero poco y nada le importaba sabiendo que en pocos segundos se estarían tocando.
—Ah, ¿sí? ¿Te lo parezco ahora? — Alcanzó a susurrar junto a su boca antes de sentir a Francisco contener la respiración y cerrar los ojos, listo y esperando por él.
Entonces sonó la campana.
-o-
Todo pasó demasiado rápido, demasiado para que lograra entenderlo.
Miguel se irguió en cuanto escuchó la campana anunciando el fin de la ronda de autos, llevándose las manos al rostro como si estuviera maldiciendo, aunque enseguida se compuso y Julio llegó corriendo junto a ellos. Escuchó que decían algo, pero no entendió nada, seguía aturdido en la misma posición que lo había dejado y sintiendo como si un camión le hubiera pasado por encima.
—Creo que ya es hora de volver a casa. —Una mano en su hombro lo hizo reaccionar finalmente.
—Claro. —Automáticamente se levantó de la banca para caminar de regreso al auto con los otros dos, evitando en todo momento mirar a Miguel.
Los tres estuvieron callados durante el viaje, Julio probablemente durmiendo, y ellos dos pensando, solo con la música del radio haciéndole frente al silencio.
En cuanto se detuvieron el niño salió disparado del asiento llamando a su madre para contarle su día, y quedaron solos en el garaje. Sintió a Miguel desabrocharse el cinturón y fue entonces que se atrevió a hablar, pero sin voltear a mirarlo todavía.
—Migue, ¿Podemos hablar un momento?
—Claro —respondió a la vez que volvía a cerrar la puerta que alcanzó a entreabrir—. ¿D-de qué quieres hablar?
—De lo que no pasó dos veces hoy… Lo que está pasando entre nosotros.
—Sí que pasa algo entre nosotros, ¿Verdad? —preguntó, el anhelo muy notorio en su voz, más en la mano que se aferró, si bien con delicadeza, con vehemente necesidad de la suya. Al mirarlo también pudo ver el anhelo en su mirada y la sonrisa cautelosa que asomaba en su boca.
Soltó el aire que había estado conteniendo en lo que pareció a la vez un suspiro y una risa nerviosa, y llevó su mano libre a posarse en la mejilla de Miguel—. Por supuesto…
—¡Miguel! ¡¿Por qué se tardan tanto?! La cena se va a enfriar. —Escucharon gritar al padre de Miguel desde la puerta que conectaba a la casa.
—¡Por el amor de…! —gritó de vuelta el moreno, pateando frustrado el piso del auto—. ¡¿No se puede tener ni un segundo de paz aquí?!
Si bien las interrupciones anteriores lo habían desconcertado y angustiado, esta vez no pudo más que echarse a reír de su mala suerte.
—Jajaja, mejor vamos o quizás salga a separarnos con la escoba. —dijo quitándose el cinturón y abriendo su puerta.
—Te ríes ahora, pero es muy capaz de eso, vamos, vamos.
La silenciosa resignación de Miguel duró hasta enterarse que su padre exageró para hacerlos entrar y en realidad la cena aún no estaba servida, entonces se dedicó a discutir con el caballero hasta que los hicieron pasar a la mesa. Fue ahí que conoció al ama de llaves, que había regresado de sus vacaciones esa misma tarde, para alivio de la señora Rosario. Con ella también volvió «el orden entre el servicio», como la misma mujer indicó; y las llaves del armario con la loza buena, así que esta vez todo se había preparado en el comedor principal.
Al entrar, Francisco tuvo un nuevo golpe de opulencia viendo la larga mesa con los asientos tapizados y la serie de lámparas de araña que caían sobre ella desde el techo. El recorrido inicial de Miguel no lo había preparado para eso, aunque no es que le hubiese prestado mucha atención. Al menos solo había un cuchillo y un tenedor en cada puesto, podía estar tranquilo respecto a eso.
Durante la cena, el señor Prado le reiteró la invitación a Miguel para que lo llevara al evento de la empresa.
—Tú solo quieres hacer trabajar al niño, ¿Por qué no dejas que Miguel disfrute sus vacaciones por una vez? —protestó enseguida la señora Rosario.
—Ay, querida, no es trabajo si hay comida. —Se defendió su esposo—. Además, lo único que pido es que le sonría y hable con un par de personas, eso es todo, ¡No le tomará más de veinte minutos! Y así de paso hace que todos los años invertidos en el instituto de idiomas valgan la pena…
Sus anfitriones siguieron enfrascados en su pequeña discusión sobre lo problemático que resultaba disponer tan libremente del tiempo de los demás hasta que les sirvieron el postre, entonces el azúcar pareció relajarlos.
Terminada la cena, Julio y sus padres se retiraron a la sala de cine para una velada familiar; y si bien no se había llegado a un acuerdo específico, de todas formas el padre de Miguel se levantó de la mesa creyéndose exitoso en sus intenciones y haciendo planes para el transporte del día siguiente. Miguel por su parte se excusó de los planes de la familia apelando al cansancio, y caminaron juntos hacia las habitaciones.
—Perdona la insistencia de papá, es que vienen unos socios chinos y quiere que charle con ellos para hacer gala de su capital humano —explicaba Miguel mientras subían la escalera.
—Descuida… Espera, ¿O sea que hablas chino?
—Inglés, chino mandarín, y algo de francés y alemán. —Precisó.
—Con razón quiere presumirte, pana, estás frito. —Se detuvieron fuera de la puerta de su habitación para conversar otro rato antes de tener que separarse.
—Seh, yo no tengo muchas opciones, pero entiendo si tú no quieres ir. La verdad es que esos eventos son aburridos la mayoría del tiempo, más si te obligan a asistir —dijo rodando los ojos, sacándole una risita. En eso sintió que le cogía la mano más cercana, entrelazando sus dedos—. Pero me gustaría que fueras… conmigo.
—¿Ir contigo? ¿Y en qué plan sería eso? —Sus ojos bajaron un momento a sus manos y luego de vuelta a los ojos de Miguel, hipnotizado por el creciente deseo que le expresaban—. ¿Vas a presentarme como tu amigo, o…?
—No, no como mi amigo... —Miguel avanzó un par de pasos hacia él, haciéndolo retroceder hasta chocar su espalda con la puerta de la habitación—. ¿Te parece retomar donde lo dejamos en el auto?
—C-claro… —Fue todo lo que logró sacar de su garganta antes de que el cuerpo de Miguel terminara de apresarlo contra la madera, las manos posadas a cada lado de sus caderas. Sus propias manos acabaron sobre los hombros de Miguel, revoloteando alrededor del cuello de su camisa, pero sin atreverse a sobrepasarla y tocar su piel. Estaban tan pegados que podía sentir el corazón de Miguel latiendo a la par del suyo; los ojos dorados mirándolo relucientes de adoración, incluso al inclinarse despacio para tocar sus labios por un breve instante.
—Te quiero, Fran… —dijo sobre su boca en un suspiro de alivio, como si con eso se quitara un gran peso de encima. Volvió a besarlo casi enseguida, otro beso corto y dulce—. Te quiero tanto, tanto…
—Te quiero… —repitió en una exhalación apenas audible antes de que un tercer beso lo silenciara.
Sentía las mejillas ardiendo por el roce de la respiración de Miguel y el camino de suaves caricias que fueron dejando sus labios tras su paso.
—Pero no como un amigo; ya no quiero ser solo tu amigo… —murmuró junto a su oído, haciéndolo estremecer, provocando que el calor bajara por su pecho. Sentía todo el cuerpo caliente. La presión de Miguel sobre él aumentando cada vez más, con las manos que antes descansaban en su cintura moviéndose lentamente, pero con firmeza, hacia su espalda y atrayéndolo contra él.
Ya sin poder resistirlo más, llevó sus manos a la nuca y el mentón de Miguel, haciendo que lo mirara por un segundo antes de comenzar a besarlo. Un largo beso esta vez. Suave y lento al inicio, pero que Miguel no tardó en profundizar, permitiéndose explorar tanto su boca como su torso, con manos que se aferraban a él desesperadas por hacer la ropa a un lado.
A pesar de que ninguno lo deseaba, debieron detenerse un instante para recuperar el aliento. Francisco lentamente volvía a hacerse consciente del mundo: sus manos que se aferraban a la espalda de Miguel; la del moreno paseando sobre su espalda baja; sus frentes unidas y respiraciones aceleradas entremezclándose en el pequeño espacio que los separaba; Miguel girando el pomo de la puerta, abriéndola antes de volver a besarlo, y llevarlos dentro.
Parte 5 (coming soon xP)
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izariez · 6 years ago
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Have some girls 💃💕
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pear-tickles · 5 years ago
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Short fic/Drabble para el segundo bloque del Evento América de Latin Hetalia del mes de Agosto.
[Prompts] Relaciones Internacionales [Author] Makster, makoto_hayama de antaño (yisusfishus @ tumblr) [Resumen] Porque existen ciertos lazos que nos unen. El tiempo no me dio para agregar todo lo que quería pero habemus fic!
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blanze · 6 years ago
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Premios Promptatón 2k18 #3: @animeluci-98thpg  ❤
PanaTica es like, uno de los ships más puros y lindos de todo LH i think
Y a partir de ahora, solo quedan los premios de oro... oh dear.
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